lunes, diciembre 18, 2006

Egipto IV: Alejandría


Desperté, y al abrir el balcón, una ráfaga de luz mediterránea , reflejada en el inmenso azul del mar, me deslumbró. Observé la Corniche, con sus calesas de caballos entre los coches, y los taxis negros y amarillos (como en Barcelona), mientras las barcas navegaban por el mar. Desayunamos una buena variedad de crêpes, zumo de naranja, croissants … en el hotel, mientras veíamos el mar a través de la ventana. Luego decidimos alquilar un taxi por 4 horas, para hacer el tour de la ciudad. Fue el primer coche bueno en el que montamos, con un taxista medio nubio con traje y gafas de sol, que parecía nuestro guardaespaldas. La primera parada fue el fuerte Quait Bey, edificado sobre el antiguo Faro, del que había reutilizado algunas piedras. Desde aquella península se podía observar una hermosa vista de la ciudad. Proseguimos por las callejuelas de la ciudad hacia la catedral greco-ortodoxa de Santa Catalina. Una joya cristiana, recuerdo de aquella época cuando vivían en Alejandría más de 200.000 griegos en la primera mitad del siglo XX, que se mostraba para nosotros en solitario. Silencio sepulcral entre aquellos iconos griegos. Proseguimos hacia el Pilar de Pompeyo. Solitario, pero impactante por su altura. Se dice que formaba parte del antiguo templo de Serapis. El templo debería ser impactante, sobre pilares tan impactantes. La siguiente parada fueron las catacumbas de Kom ash-Shuqqafa. Tras descender varios pisos, observamos los relieves, mezcla de arte griego y egipcio, en aquellas paredes ocres. Todavía se podía ver la sangre de aquel burro que se cayó en un pozo a principios de siglo y permitió descubrir estas tumbas. ¿la irían renovando esa sangre?. Intentamos entrar en la mezquita de Abu el Abbas Mursi, pero como era la hora de rezar, lo dejamos para más tarde, y tras ver la estatua de Saladino, marchamos hacia la nueva Biblioteca de Alejandría, que estaba cerrada por ser viernes, así que tras varias fotos, volvimos al Cecil.
Tras un cigarrillo en el hall del hotel, tomamos de nuevo la Corniche con rumbo a la mezquita. Divisamos el minarete y entramos. Nos descalzamos, y acompañados por dos egipcios ( bastante pesados) que nos hacía una visita en árabe que lógicamente no entendíamos, hicimos una visita de aquella mezquita bastante pequeña, que la verdad, para ser la Gran Mezquita de Alejandría, dejaba bastante que desear. Les pagamos unas libras como baskis (propina), a los dos guías pesados, y al salir, Elena vio desde la puerta del patio un edificio impresionante. Habíamos hecho el primo nuevamente, y nos habíamos equivocado de mezquita. Así que tras pagar de nuevo al que nos guardaba los zapatos, nos adentramos, (ahora si), en la mezquita principal de Alejandría. Aquí nos separamos, puesto que había una puerta para mujeres y otra para hombres. En el interior nos reencontramos, separados por un biombo de madera, bajo el deslumbrante techo octogonal. Al salir, la baskis esta vez fue en piastras. Nos habíamos dejado todas las libras en la mezquita de barrio.
Comimos algo de fruta en el parque de al lado, con la vista de la Gran mezquita a nuestra izquierda, y en frente, la famosa mezquita de barrio, mientras dos niños que paseaban a su perro intentaban practicar inglés con nosotros. A los niños egipcios les encanta hablar inglés con los guiris, hacerte fotos, y que salgas en sus fotos. Volvimos entre las callejuelas hacia el hotel, donde merendamos en su restaurante antes de coger un taxi (el recepcionista nos convenció para que no fuésemos en tranvía, menudo glamour, un hotel de 4 estrellas y salir en tranvía, jaja). Parecía que nos dolía dejar el Sofitel Cecil Alexandria.

De vuelta en el Cairo, otra vez pelearnos con los taxistas, el sonido agotador del claxon, la contaminación… Por suerte ahora nos hospedábamos en la isla de Zamalek, bastante mas tranquila que Dokki. Entre las curiosidades de este barrio hay que comentar que vimos el primer barrendero, algo que pensábamos que no existía en El Cairo. Nuestro Hotel además, estaba situado junto a la embajada española, por si nos pasaba algo. ¡Menudas fiestas se montaban por la noche! Nosotros fuimos a un restaurante que se podía ir andando. El sitio era precioso, la comida deliciosa, pero en las mesas de al lado hablaban en catalán, español, inglés … y bueno, en alguna se hablaba árabe. Es lo que rompía un poco el encanto. Más que un sitio para árabes parecía un sitio para guiris, que al fin y al cabo es lo que nosotros éramos.

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