sábado, noviembre 11, 2006

8 dias con Justine

Esta mañana terminé la primera parte de Justine. Me desperté, subí la persiana, y continué leyendo aquella historia de Justine con el pseudónimo de Claudia que escribió su primer marido, un francés de origen albanés. Ayer me acosté tarde, y pese a querer saber más y más, los párpados fueron venciendo a las pupilas, pese al ánsia de terminar esa novela dentro de una novela. Hoy finalmente, terminé aquel relato del judío franco-albanés, que leía el narrador del libro. Después Justine apareció en su habitación y su belleza misteriosa se acercó hasta el roce de su piel, posando sus labios en su boca como el vuelo de la mariposa. Finalmente él sucumbió al culmen del sexo. Despertaron de su sueño, y al bajar las escaleras del piso, se despidieron fríamente en una insólita Alejandría que parecía salir de sus ruinas tras los efectos de un terremoto bajo un ardiente sol.

Hacía tiempo que quería leer este libro. Desde que un artículo de la revista Geo la describía como el alma personificada de Alejandría. Sin embargo, la falta de tiempo me retardó a comenzar la lectura de este Cuarteto de Alejandría, que al ser 4 libros, impone .... Pero ante mi próximo viaje a Alejandría, retomé su búsqueda: No podía alojarme en el Cecil sin conocer la historia de su más célebre visitante, aunque fuera de ficción. Pero la búsqueda del libro fue un fracaso, tras comprobar que no se encontraba en varias librerías barcelonesas.

Sin embargo, el viernes fui a La Casa del LLibre, a por otro libro, que tampoco estaba. Al salir por la puerta, ya en Paseo de Gracia, recordé el nombre de Justine. Y volví otra vez para dentro, encontrando la edición de bolsillo. Empecé a devorar el libro en el metro, y continué leyendo en mi cama, de modo que al despertar, me encontré a mi izquierda el preciado libro. A veces los libros son como amantes. Te dejas seducir por ellos, intentas comprenderles, aprender de ellos ... y por supuesto te los llevas a la cama para pasar la noche junto a ellos. Cuando los exprimes completamente y llega el final, se pierden en la librería, o incluso los recomiendas a un amigo para que se deje seducir por sus palabras. Quizás un dia los vuelves a encontrar, por casualidad, y realizas una ligera lectura de unas páginas. Es como un beso de anhelos de aquel romance vivido.

En este libro el tiempo pasa despacio, pausado..., incluso se invierte, dando saltos hacia hechos pasados o hacia un pasado más próximo. Es un camino a la historia que comienza en una solitaria isla griega, donde su autor rememora aquellos años en la Alejandría de entreguerras con la enigmática Justine, la sencilla Melissa, el Casanova Pombal, o el siempre curioso Nessim. Todo ello envuelto en el halo alejandrino, sobre el que planea la figura de Cavafis.

Y el amor es complicado en este mènage a quatre, que se expande al infinito con los amantes de Justine, la deseada, la temida, la adorada. Es curioso que alguien pueda hablar de amor, de locura, hacia Justine, al tiempo que habla de otro amor tierno hacia Melissa. Y como Nessim comparte su adoración hacia Justine, con la amistad hacia aquél que se acuesta con ella. Pero Justine, que fascina con su figura, con su rostro, con sus palabras, con su mente .... no encuentra aquel que le fascine hasta el punto de la fidelidad. Incisos sobre el amor que marcan, pero asustan.

jueves, noviembre 09, 2006

Justine

"El objeto amado no es sino aquel que ha compartido simultáneamente una experiencia, a la manera de Narciso; y el deseo de estar junto al objeto amado no responde al anhelo de poseerlo, sino al de que dos experiencias se comparen mútuamente, como imágenes en espejos diferentes"

Así era el amor .... para Justine.

Lawrence Durrell, Justine, El Cuarteto de Alejandría