domingo, diciembre 31, 2006

Fin de año

.... y termina otro año. De nuevo la última noche del año que dará paso, esta vez, al 2007. Y yo todavía no se que haré esta noche .... Termina el año occidental, el más celebrado, pero .... también terminará el año chino, el año árabe, y antes, terminó el año egipcio, el año griego, el año babilónico, el año romano, el año etrusco .... Y no olvidemos dentro del año occidental, la existencia del calendario gregoriano o el calendario juliano. ¡Demasiados años! ¿no? Y apenas tengo ganas de celebrarlo.

Nochevieja no deja de ser una noche más. Un sábado cambiado de fecha, donde tras una cena copiosa, 12 uvas ¿de la suerte?, y un intento de coma etílico, la gente expresa sus deseos para un año siempre mejor que el anterior. Nunca estamos contentos con el pasado.

Y Atenas seguirá viviendo bajo la sombra de su Acrópolis, Roma continuará "eternamente" hermosa, Paris brillará bajo sus luces, Alejandría buscará en su explendoroso recuerdo, Londres vibrará en su cosmopolismo, El Cairo circulará caótica, Lisboa reposará en su sencillez, Madrid brindará bajo la Puerta del Sol, Ginebra respirará tranquilidad, Venecia luchará contra las Aguas, Marsella invitará a sentarse en uno de los cafés de su puerto .... ciudades que pueblan el bagaje de mis recuerdos.

Continuaré apilando libros en mi biblioteca, que crece expandiendo sus raíces en mi casa. Continuaré soñando, deseando, esperando ... el aroma de Venus, el perfume de Isis, el aliento de Afrodita .... La rabia de Zeus, el impulso de Júpiter, la magestuosidad de Rá.
¡Feliz año nuevo! (caigo en los tópicos)

miércoles, diciembre 27, 2006

Au Revoir Justine

Ayer terminé de leer el libro de Justine. La que había sido el diamante de Alejandría, acababa sin ningún brillo en los campos de Palestina. Y yo, en mi cuarto, en la huerta valenciana, me despedía de ella.
Los dos en un ambiente cosmopólita, yo en Barcelona, ella en Alejandría, y en cambio, terminamos juntos en el medio rural. Vino conmigo a Paris, a Rennes, a Marsella ..., pero en canvio, no la llevé a Alejandría. Marché solo, quizás porque pensaba que no podría tener tiempo de leer una sóla página en Egipto.

Esta tarde he ido a Valencia, y he comprado el segundo libro del Cuarteto: Balthazar.
Algunas veces se me hizo pesado leer Justine, lo reconozco. Demasiada descripción de sentimientos que requerían una concentración mayor a la de cualquier novela. Incluso pensé en abandonar el cuarteto con el primer libro, por falta de tiempo. Pero no pude resistirme a seguir indagando en la vida de Justine, ahora con una nueva visión de su vida, la de Balthazar, que abre el abanico de las pasiones de Justine en la Alejandría Durrelliana.

viernes, diciembre 22, 2006

Egipto VI: Cairo Copto


El último dia siempre es el que tienes que hacer esas horribles compras que te quitan el excaso tiempo que te queda. Así, comenzamos comprando ropa en una tienda de Zamalek, y a lo que nos dimos cuenta, se nos había comido media mañana. Marchamos corriendo al Jalili, a la tienda de un tal Jordi: un egipcio que había vivido dos años en Barcelona. Lo bueno de esta tienda es que hablan perfectamente castellano, y además ya tiene precio fijo, por lo que no se pierde el tiempo regateando. Así que fuimos añadiendo a la cuenta cartuchos, pulseras, colgantes, cofres de nácar y un largo etcétera. Úrsula y Elena se marcharon corriendo, ya que tenían que coger el vuelo de Alitalia de las 4. A nosotros Iberia nos esperaba hasta la una de la madrugada.
Volvimos a negociar un taxi para ir al barrio copto, pero la verdad, cansados de negociar tanto, cogimos un taxista que nos llevara allí, nos esperara, nos llevara al hotel President en Zamalek, y posteriormente al aeropuerto.
Así pues, el primer templo que vimos fue la iglesia ortodoxa griega de San Jorge. Pasamos por la puerta del museo copto y vimos las murallas romanas, para penetrar en la iglesia de la Virgen, o Iglesia Colgante. Las iglesias coptas impresionan por esa mezcla de iconografía cristiana con arte egipcio y musulman, con unas figuritas que a veces parecen infantiles.
Volvimos hacia atras, y junto a la iglesia griega, descendimos una pequeñas escaleras que nos llevaron a un laberinto de callejuelas jalonadas de iglesias coptas semi escondidas: Santa Bárbara, San Jorge, San Sergio (esta creo que no la encontramos) ... Cuenta la leyenda que la Sagrada Familia, en su huída a Egipto, descansó en una de estas iglesias. El 10% de la población egipcia es cristiana, y en este barrio cairota posee sus principales joyas arquitectónicas. Por último, en esta encrucijada cristiana y musulmana también visitamos una antigua sinagoga, con una fuerte influéncia árabe en su arquitectura.
Tras comprar unas postales descoloridas, volvímos al taxi rumbo al hotel. Recogimos las maletas, y tras descansar media hora en el hall, marchamos rumbo al aeropuerto.
Los taxistas pensaban que acabábamos de llegar, y venían pesados a ofrecernos sus servicios, pero nosotros gatos viejos, sonreíamos mientras decíamos "la, la, sukram" (no, no, gracias). Fuimos a la cafetería Milano, y mientras saboreaba un café turco, volvimos a ver todas las fotos en la pantalla de la cámara de fotos, intentando alargar esa estancia egipcia, que cláramente había terminado al pisar por última vez Zamalek.

jueves, diciembre 21, 2006

Egipto V: Guiza y Cairo Islámico

Eran las ocho menos diez de la mañana. Allí estábamos nosotros, frente a la puerta del recinto de las pirámides, observándolas, frente al Mena House. Finalmente fueron las ocho, se abrió la puerta, y comenzamos a correr tras un turista alemán, mientras los autobuses nos alcanzaban. Compramos la entrada del recinto, compramos la entrada de la pirámide de Keops, y finalmente entramos en ella. Ascendimos por la angosta rampa, hasta que al final entramos en el la cámara sepulcral de Keops, junto a una pareja de italianos y un turista alemán. Sólo nosotros, en aquel cubículo entre construcción de piedra caliza construído hace 5.000 años. Úrsula todavía se quedo, pensativa, pero al bajar vimos que subían a hacerle compañía un grupo de turistas japoneses y poco después, otro de españolitos.
Anduvimos entre las mastabas solitarias, con la imagen de los suburbios del Cairo a nuestros pies. De pronto, comenzó a surgir ante nosotros la cabeza de la Esfinge, hasta que pudimos admirarla en su explendor. Visitamos la barca de Keops, penetramos en mastabas y pirámides subsidiarias, para despues descender hacia el templo de la Esfinge, donde de pronto, una masa de gentio desembarcada de los autobuses, nos rodeó. Parecía un centro comercial, pero conforme subíamos la calzada de Kefren, y llegábamos finalmente a su pirámide, el tumulto humano iba descendiendo. Finalmente, frente a Micerinos, nos encontramos prácticamente sólos en su templo funerario.
Continuamos adentrándonos en el desierto, donde un egipcio con una burra nos vendió una botella de agua y otra de 7 up. Este egipcio le consiguió un caballo a Roser, quien cabalgó por el desierto, bajo la atenta mirada de las 3 pirámides.
Volvimos de nuevo a hacer el recorrido, hasta la pirámide de Kéops, donde tras negociar un taxi nuevamente, nos dirigimos hacia la garganta de El Cairo.
El taxi finalmente nos dejó frente a la puerta de las Conquistas, en las murallas del Viejo Cairo. Penetramos en la arteria principal del barrio, sin asfaltar, visitando y comtemplando mezquitas y madrasas. Observamos el atardecer desde un minarete, viendo la mezquita a nuestros pies, con el paisaje cairota de minaretes y cúpulas, y al fondo, la mezquita de Saladino.
Visitamos sus tiendas de especias, de túnicas, de zapatos ... hasta llegar a la mezquita conocida como la cuarta pirámide.
En el taxi de vuelta al hotel, de pronto sonó: Amapola, líndisima amapola .... y poco después, el Bésame mucho. Ya en Zamalek, yo decidí quedarme a dormir. La noche cairota continuó para algunos, pero yo caí sobre la cama del hotel.

lunes, diciembre 18, 2006

Egipto IV: Alejandría


Desperté, y al abrir el balcón, una ráfaga de luz mediterránea , reflejada en el inmenso azul del mar, me deslumbró. Observé la Corniche, con sus calesas de caballos entre los coches, y los taxis negros y amarillos (como en Barcelona), mientras las barcas navegaban por el mar. Desayunamos una buena variedad de crêpes, zumo de naranja, croissants … en el hotel, mientras veíamos el mar a través de la ventana. Luego decidimos alquilar un taxi por 4 horas, para hacer el tour de la ciudad. Fue el primer coche bueno en el que montamos, con un taxista medio nubio con traje y gafas de sol, que parecía nuestro guardaespaldas. La primera parada fue el fuerte Quait Bey, edificado sobre el antiguo Faro, del que había reutilizado algunas piedras. Desde aquella península se podía observar una hermosa vista de la ciudad. Proseguimos por las callejuelas de la ciudad hacia la catedral greco-ortodoxa de Santa Catalina. Una joya cristiana, recuerdo de aquella época cuando vivían en Alejandría más de 200.000 griegos en la primera mitad del siglo XX, que se mostraba para nosotros en solitario. Silencio sepulcral entre aquellos iconos griegos. Proseguimos hacia el Pilar de Pompeyo. Solitario, pero impactante por su altura. Se dice que formaba parte del antiguo templo de Serapis. El templo debería ser impactante, sobre pilares tan impactantes. La siguiente parada fueron las catacumbas de Kom ash-Shuqqafa. Tras descender varios pisos, observamos los relieves, mezcla de arte griego y egipcio, en aquellas paredes ocres. Todavía se podía ver la sangre de aquel burro que se cayó en un pozo a principios de siglo y permitió descubrir estas tumbas. ¿la irían renovando esa sangre?. Intentamos entrar en la mezquita de Abu el Abbas Mursi, pero como era la hora de rezar, lo dejamos para más tarde, y tras ver la estatua de Saladino, marchamos hacia la nueva Biblioteca de Alejandría, que estaba cerrada por ser viernes, así que tras varias fotos, volvimos al Cecil.
Tras un cigarrillo en el hall del hotel, tomamos de nuevo la Corniche con rumbo a la mezquita. Divisamos el minarete y entramos. Nos descalzamos, y acompañados por dos egipcios ( bastante pesados) que nos hacía una visita en árabe que lógicamente no entendíamos, hicimos una visita de aquella mezquita bastante pequeña, que la verdad, para ser la Gran Mezquita de Alejandría, dejaba bastante que desear. Les pagamos unas libras como baskis (propina), a los dos guías pesados, y al salir, Elena vio desde la puerta del patio un edificio impresionante. Habíamos hecho el primo nuevamente, y nos habíamos equivocado de mezquita. Así que tras pagar de nuevo al que nos guardaba los zapatos, nos adentramos, (ahora si), en la mezquita principal de Alejandría. Aquí nos separamos, puesto que había una puerta para mujeres y otra para hombres. En el interior nos reencontramos, separados por un biombo de madera, bajo el deslumbrante techo octogonal. Al salir, la baskis esta vez fue en piastras. Nos habíamos dejado todas las libras en la mezquita de barrio.
Comimos algo de fruta en el parque de al lado, con la vista de la Gran mezquita a nuestra izquierda, y en frente, la famosa mezquita de barrio, mientras dos niños que paseaban a su perro intentaban practicar inglés con nosotros. A los niños egipcios les encanta hablar inglés con los guiris, hacerte fotos, y que salgas en sus fotos. Volvimos entre las callejuelas hacia el hotel, donde merendamos en su restaurante antes de coger un taxi (el recepcionista nos convenció para que no fuésemos en tranvía, menudo glamour, un hotel de 4 estrellas y salir en tranvía, jaja). Parecía que nos dolía dejar el Sofitel Cecil Alexandria.

De vuelta en el Cairo, otra vez pelearnos con los taxistas, el sonido agotador del claxon, la contaminación… Por suerte ahora nos hospedábamos en la isla de Zamalek, bastante mas tranquila que Dokki. Entre las curiosidades de este barrio hay que comentar que vimos el primer barrendero, algo que pensábamos que no existía en El Cairo. Nuestro Hotel además, estaba situado junto a la embajada española, por si nos pasaba algo. ¡Menudas fiestas se montaban por la noche! Nosotros fuimos a un restaurante que se podía ir andando. El sitio era precioso, la comida deliciosa, pero en las mesas de al lado hablaban en catalán, español, inglés … y bueno, en alguna se hablaba árabe. Es lo que rompía un poco el encanto. Más que un sitio para árabes parecía un sitio para guiris, que al fin y al cabo es lo que nosotros éramos.

domingo, diciembre 17, 2006

Egipto III: Museo egipcio


Aquel dia tocaba el museo Egipcio, que como no se permite la entrada de cámaras, apenas tenemos de recuerdo las fotos de la entrada, con la esfinge de Hatsepshut y la fuente con los papiros y la flor de loto. Ya dentro, los tesoros de la tumba de Tutankhamon, (interminables y asombrosos), la paleta de Narmer, la estatua de Kefren (impactante) y la mini estatua en marfil de Keops (la pirámide más grande y la estatua más pequeña), las estatuas asexuales de Ajenatón, las triadas de Micerinos, la estatua en basalto de Ramses III con Horus y Seth, las momias grecorromanas de El Fayum (lo siento, me tira lo grecorromano), y aquella Isis fusionada con Afrodita. Demasiada información para Roser, que apenas conocía la historia egipcia, y que por la noche lo pagaría: Reino Antiguo, Reino Medio, Reino Nuevo, Baja Época, periodo de Amarna, periodo ptolemaico, periodos intermedios .... pobrecica, demasiada información. Para terminar la sala de las momias, donde pudimos ver el cuerpo del gran Ramses II, de su padre Sethi I, y de varios faraones Tutmosis y Amenofis (o Amenhotep, según los gustos).
Volvimos en metro al hotel, cogimos las maletas, y marchamos en taxi rumbo a la estación de trenes, con un taxista que parecía el Jorobado de Notre Dame. Habíamos negociado 20 libras, y una vez allí, nos quería cobrar 10 libras más por llevar las maletas en la vaca del coche. Como su inglés era bastante macarrónico, por no decir excaso, nos hicimos los guiris, aunque si que entendía ten, mientras señalaba el techo, y luego decía thirty. Así que estuvimos una hora en el caos cairota, en su pleno apogeo. La ventanilla no podía subirse, y resultaba dificil respirar. Finalmente llegamos a la estación, bajamos las maletas, le dimos las 20 libras, y nos fuimos dejando al Quasimodo maldiciendo en árabe. Lo siento mucho, pero si se había negociado 20 libras, no ibamos a ser tan primos de pagar 10 libras más. Uno va aprendiendo, harto de tantas propinas.
Preguntando se va a Roma, en este caso a Alejandría, así que por fin llegamos al anden de donde salía el tren. Allí encontramos al primer egipcio que no tenía ganas de hablar. Fue educado, eso si, pero no estaba por la labor de iniciar una conversación. Subimos al tren español, que así se llamaba, y la verdad, estaba muy bien. Los europeos tenemos un prejuicio con los países llamados tercermundistas, y no, no íbamos en el tren con las gallinas. He visto talgos bastante peores. En los vagones no se fuma, sino en los descansillos, y la verdad es que el viaje se hizo muy ameno por la cantidad de egipcios con los que pudimos hablar (en inglés). La verdad es que éramos los únicos extranjeros en el tren, o por lo menos en el vagón.
Al llegar a Alejandría, nuestra primera impresión fue: "huele bien, se respira bien, y no hay tanto ruido". Un taxista intentó llevarnos al hotel, pero como ya desconfiábamos y pasábamos de que nos timaran, decidimos ir andando. Total, que fue mala idea, y pensamos en volver a coger un taxi, pero claro, a saber si hablarían inglés, así que vimos una estación de Tranvía, preguntamos por el hotel Cecil y nos dijeron que era la última parada. Por 25 piastras, (como 10 o 20 céntimos de euro) nos dejaron casi en la puerta del hotel. Eso sí, todo el tranvia se enteró de que íbamos al hotel Cecil. Nuevamente, eramos los únicos guiris que cogíamos el tranvia.
Al llegar al hotel Cécil nos quedamos atontados, por tratarse de un hotel de principios de siglo que todavía guardaba todo el lujo y explendor de la segunda época dorada alejandrina. Sus habitaciones, con mobiliario de época, daban vista a un balcón desde donde se podía observar toda la Corniche, iluminada por las farolas y las luces de los coches, que marcaban el borde del mar. Cenamos tranquilamente en el Cecil, dimos un breve paseo por la Corniche, observando la silueta del fuerte Quait Bey, situado sobre los cimientos del antiguo Faro, derruído por un terremoto.
Y terminamos la noche bebiendo un vino de Burdeos en la habitación de aquel hotel donde Lawrence Durrell se había inspirado para su cuarteto de Alejandría, y su imaginaria Justine. Observando la vista nocturna de la Corniche, por donde pasaron el poeta Kavafis, Cleopatra, Marco Antonio, César, Alejandro Magno, y una lista de 15 Ptolomeos ... Mientras Roser, hacia sus deberes recordando las estatuas del museo egipcio, en sueños.

Egipto II: Saqqara


Aquella noche fue dificil coger el sueño, debido al sonido incesante del tráfico en la calle, más los nervios por descubrir el país de los faraones. Al despertar, observé la imagen caótica de la calle, con el eterno sonido del claxon que se multiplicaba como el eco. Una suave niebla matinal cubría la ciudad, y frente a mi ventana, pude ver una calle jalonada por grises edificios gigantescos, algunos sin acabar, poblados por bosques de antenas parabólicas. A sus pies, el tráfico desordenado y caótico.

Tras desayunar, subimos al taxi de Mustafá con rumbo a Saqqara. Pudimos comprobar la magnitud de la ciudad del Cairo, que parecía no terminar. Al abandonar la urbe, observamos el medio rural por la ventanilla, donde se mezclaban coches y carros, junto con casas modestas que jalonaban la carretera entre palmeras. De pronto, el verde dio paso al amarillo del desierto. El taxi se detuvo en Saqqara, y tras comprar las entradas, nos separamos junto a la pirámide de Teti, quedando con el taxista a las 4 en el recinto de Djeser. Teti fue la primera pirámide que visité. Tras descender por las escaleras del angosto corredor, llegamos a una cámara decorada con jeroglíficos. A la derecha se hallaba la cámara del sarcófago, todavía allí, y a la izquierda, una tercera cámara. Y allí, impresionados, parecía que el tiempo no pasaba mientras leíamos los jeroglíficos. Tras subir de nuevo las escaleras, fuimos a visitar la mastaba de enfrente, y tras fumar un cigarrillo en aquel tranquilo paisaje desértico, nos adentramos en la mastaba de Mereruka, para marchar hacia el recinto de Djeser.
Traspasamos el muro de entrantes y salientes y tras cruzar un corredor de columnas, accedimos al patio del recinto, dominado por la figura de la pirámide escalonada. Observamos las casas del Alto y del Bajo Egipto, cogimos arena del desierto, e incluso realicé la carrera del Festival de Sed bajo la atenta mirada de la pirámide. Finalmente, tras cruzar más mastabas, descendimos la calzada de Wenis, desde su templo funerario hasta su templo del valle, o lo que quedaba de ellos. Ya de vuelta, Mustafá nos llevó a una última mastaba en coche, donde los jeroglíficos todavía mantenían el color con toda su explendor.
Ya de vuelta en el Cairo, cogimos el metro para ir a Ramses Station. Sorprende ver un metro tan moderno, y además limpio, aunque eso sí, lleno de gente a rebosar. Te das cuenta que éramos el único grupo de ''guiris'' en todo el vagón. Los guiris normalmente no cogen el metro. Ya en Ramses Station compramos los billetes para Alejandría para el dia siguiente, y continuamos hacia Jan el Jalili. Pero no encontrábamos la línea verde y por mucho preguntar, no encontrábamos el camino. Finalmente un subsahariano nos explicó el camino en francés, pero nos hizo salir del metro, y nos guió por las calles, hasta que supimos orientarnos. Ellas se rieron de mi, que no me sabía entender en francés .... Pero bueno, tras pasar por una calle llena de despojos, cruzar las calles "a la aventura" en medio de los coches, con el sonido incesante de los cláxon, la polucción patente, y una autovía por encima de nuestras cabezas en una especie de puente, llegamos a Jan el Jalili (o Khan el Khalili, en inglés). Cenamos al aire libre en una terraza. Úrsula preguntó al camarero por vino o cerveza con alcohol, pero el camarero le señaló la mezquita, una de las mas antiguas y tradicionales del mundo árabe. A esas horas apenas había turistas, excepto dos muchachas que no se porque les vimos cara de Zaragoza. Marchamos despues al Fishawy, o Café de los espejos, donde escribía el premio nóvel egipcio Naguib Mahfuz. Fumamos la sisha, tomamos té con menta, y charlamos con un camarero muy simpático que estaba casado con dos mujeres, una de ellas Patricia de Valencia. Pero como no conocía las fallas, ni las falleras, ni la paella, finalmente admitió que bromeaba. En un momento de la charla, cogí el mapa del Cairo, y miré las líneas del metro. En la línea verde ponía "under construction". ¡Con razón no la encontrábamos! ....
Al volver al hotel vimos que habían puesto el árbol de navidad, así que terminamos la noche con una foto en plan Isabel Preysler y sus amigas.

sábado, diciembre 16, 2006

Egipto I: Cairo Airport

Roser hacia 10 minutos que ya había salido de la oficina. Cerré rápidamente todos los asuntos pendientes, cogí las maletas y marché rubo a la estación de Sants, donde había quedado con ella en el andén del tren que lleva al aeropuerto del Prat. Facturamos las maletas, y tras hacer una visita en las Duty shops y comprar unas chocolatinas para el viaje, nos adentramos en el avión que llegaba con retraso de Madrid, rumbo al Cairo.

Llegamos a la capital egipcia sobre las 12 y pico de la noche, y tras cambiar 150 euros por libras egipcias y comprar los timbres para el visado, observamos el primer signo de corrupción egipcia al recoger las maletas, ya que aunque había un cartel que indicaba claramente No Fumar, un chaval de Barcelona llevaba su cigarrillo encendido a cambio de otro cigarrillo para el policía.
El primer "pesado" que se nos acercaba nos pedía 70 libras para llevarnos al Hotel. Finalmente conseguimos un taxi por 50 libras. De pronto nos vimos en un parking de tierra debajo del aeropuerto, con nuestras maletas en una furgoneta donde no figuraba por ningún lado el letrero "Taxi", y 4 egipcios junto a nosotros, uno de los cuales, para nuestro asombro, nos ofreció hachis, que rápidamente rechazamos. Debíamos esperar a que se llenase la furgoneta para partir. Roser preguntó al policía del parking si ese taxi era de fiar. Por fin llegaron 3 catalanas más, que iban al Novotel. Roser les preguntó cuanto les había costado, y ante su asombro, dijeron que ya habían pagado al hotel el servicio de recogida. Tras una breve disputa, las tres chicas cogieron las maletas y se fueron. Nosotros queríamos partir ya, pero el taxista nos explicaba en inglés que debía llenar el taxi, o sino debíamos pagarle 70 libras. Nosotros nos negamos a pagar más, y cuando dijimos que nos llevábamos las maletas y buscábamos otro taxi, finalmente nos fuimos en un taxi de 4 plazas de un amigo suyo.
Ya en el taxi, mientras un egipcio conducía, el de su derecha, que hablaba mejor inglés, intentaba quedar con nosotros para el dia siguiente para llevarnos a las pirámides. El hecho de que pensaba en el dia siguiente nos tranquilizó, ya que si hacía planes de futuro se suponía que nos dejaría en nuestro hotel aquella noche. Finalmente nos dio su tarjeta, y descendió a la entrada de la ciudad. Continuamos con el otro egipcio, observando la visión nocturna de la urbe, entre edificios monstruosos y minaretes de mezquitas. Cruzamos el Nilo, y continuamos por el Tahir Street hasta el barrio de Dokki, donde se encontraba el hotel Concorde. Tras pagar nuestra primera propina "Baskis, en árabe", por fin pudimos ver a Úrsula y Elena. Al dia siguiente nos levantaríamos temprano para ir a Saqqara, con un taxi que ellas habían contratado todo el dia.

sábado, diciembre 02, 2006

Justine en Bretagne

El vuelo llegó con retraso a Charles de Gaulle, y encima tuvimos que esperar que el autobús nos llevara para ir desde el avión hasta el aeropuerto. Una vez allí, el instinto y las señales de correspondencia de la terminal. Junto a mi, otra chica que debía enlazar para Berlín, los dos corriendo desesperados buscando la salida. Finalmente llegamos, y por fin, una vez en el avión, volví a introducirme en la vida de Justine. Allí estábamos los dos, en Paris, descubriendo sus vivencias pasadas en Alejandría. El avión despegó rumbo a Rennes, y salvo algun comentario de la Directrice des Rélationes Internacionalles de l´Université de Rennes, que estaba sentada a nuestro lado, Justine me introdujo en su sentir durante el trayecto.

Fue una visita fugaz a Rennes, callejeando entre sus callejuelas con típicas casas de "pain de bois", algunas con 500 años de existencia. Mas modernas, las fachadas neoclásicas estilo imperio bordeaban la Vieille Ville, para no olvidar que me encontraba en cualquier ciudad de la provincia francesa. Pronto cayó la noche, trayendo el frío bretón, y vaciando las calles de esta ciudad cuyo origen se remonta a los galos.

De nuevo cogí el avión. Al llegar a Marsella, la noche ya había caído, pero el clima provenzal nos permitió salir fuera del aeropuerto, para respirar un poco de aire fresco mientras fumába un Gauloises en la puerta. Pero el cansancio ya se hacía dueño de mi cuerpo, y tras pasar los estrictos controles de seguridad, esperé junto a la puerta de embarque perdiéndome entre las vivencias de Nessim, Justine, Balthazar y Scobie. Proseguí ya dentro del avión, escuchando voces en checo, rumbo a Barcelona. Terminaba así nuestro viaje a la Bretaña.