domingo, diciembre 17, 2006

Egipto III: Museo egipcio


Aquel dia tocaba el museo Egipcio, que como no se permite la entrada de cámaras, apenas tenemos de recuerdo las fotos de la entrada, con la esfinge de Hatsepshut y la fuente con los papiros y la flor de loto. Ya dentro, los tesoros de la tumba de Tutankhamon, (interminables y asombrosos), la paleta de Narmer, la estatua de Kefren (impactante) y la mini estatua en marfil de Keops (la pirámide más grande y la estatua más pequeña), las estatuas asexuales de Ajenatón, las triadas de Micerinos, la estatua en basalto de Ramses III con Horus y Seth, las momias grecorromanas de El Fayum (lo siento, me tira lo grecorromano), y aquella Isis fusionada con Afrodita. Demasiada información para Roser, que apenas conocía la historia egipcia, y que por la noche lo pagaría: Reino Antiguo, Reino Medio, Reino Nuevo, Baja Época, periodo de Amarna, periodo ptolemaico, periodos intermedios .... pobrecica, demasiada información. Para terminar la sala de las momias, donde pudimos ver el cuerpo del gran Ramses II, de su padre Sethi I, y de varios faraones Tutmosis y Amenofis (o Amenhotep, según los gustos).
Volvimos en metro al hotel, cogimos las maletas, y marchamos en taxi rumbo a la estación de trenes, con un taxista que parecía el Jorobado de Notre Dame. Habíamos negociado 20 libras, y una vez allí, nos quería cobrar 10 libras más por llevar las maletas en la vaca del coche. Como su inglés era bastante macarrónico, por no decir excaso, nos hicimos los guiris, aunque si que entendía ten, mientras señalaba el techo, y luego decía thirty. Así que estuvimos una hora en el caos cairota, en su pleno apogeo. La ventanilla no podía subirse, y resultaba dificil respirar. Finalmente llegamos a la estación, bajamos las maletas, le dimos las 20 libras, y nos fuimos dejando al Quasimodo maldiciendo en árabe. Lo siento mucho, pero si se había negociado 20 libras, no ibamos a ser tan primos de pagar 10 libras más. Uno va aprendiendo, harto de tantas propinas.
Preguntando se va a Roma, en este caso a Alejandría, así que por fin llegamos al anden de donde salía el tren. Allí encontramos al primer egipcio que no tenía ganas de hablar. Fue educado, eso si, pero no estaba por la labor de iniciar una conversación. Subimos al tren español, que así se llamaba, y la verdad, estaba muy bien. Los europeos tenemos un prejuicio con los países llamados tercermundistas, y no, no íbamos en el tren con las gallinas. He visto talgos bastante peores. En los vagones no se fuma, sino en los descansillos, y la verdad es que el viaje se hizo muy ameno por la cantidad de egipcios con los que pudimos hablar (en inglés). La verdad es que éramos los únicos extranjeros en el tren, o por lo menos en el vagón.
Al llegar a Alejandría, nuestra primera impresión fue: "huele bien, se respira bien, y no hay tanto ruido". Un taxista intentó llevarnos al hotel, pero como ya desconfiábamos y pasábamos de que nos timaran, decidimos ir andando. Total, que fue mala idea, y pensamos en volver a coger un taxi, pero claro, a saber si hablarían inglés, así que vimos una estación de Tranvía, preguntamos por el hotel Cecil y nos dijeron que era la última parada. Por 25 piastras, (como 10 o 20 céntimos de euro) nos dejaron casi en la puerta del hotel. Eso sí, todo el tranvia se enteró de que íbamos al hotel Cecil. Nuevamente, eramos los únicos guiris que cogíamos el tranvia.
Al llegar al hotel Cécil nos quedamos atontados, por tratarse de un hotel de principios de siglo que todavía guardaba todo el lujo y explendor de la segunda época dorada alejandrina. Sus habitaciones, con mobiliario de época, daban vista a un balcón desde donde se podía observar toda la Corniche, iluminada por las farolas y las luces de los coches, que marcaban el borde del mar. Cenamos tranquilamente en el Cecil, dimos un breve paseo por la Corniche, observando la silueta del fuerte Quait Bey, situado sobre los cimientos del antiguo Faro, derruído por un terremoto.
Y terminamos la noche bebiendo un vino de Burdeos en la habitación de aquel hotel donde Lawrence Durrell se había inspirado para su cuarteto de Alejandría, y su imaginaria Justine. Observando la vista nocturna de la Corniche, por donde pasaron el poeta Kavafis, Cleopatra, Marco Antonio, César, Alejandro Magno, y una lista de 15 Ptolomeos ... Mientras Roser, hacia sus deberes recordando las estatuas del museo egipcio, en sueños.

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