lunes, febrero 20, 2006

De Delfos al Monseny

Ayer paseé entre las verdes montañas del Monseny. Escuché el susurro del agua al caer, observé el agua cristalina corriendo entre las laderas, mientras los destellos del sol creaban un firmamento de estrellas sobre las pequeñas lagunas que se formaban. Sentí la naturaleza y mis oídos captaron ese sonido del silencio tan dificil de escuchar en la ciudad.
Hace un año, esa misma sensación, ocurrió en Delfos. Allí, en ese santuario a la naturaleza que el dios Apolo eligió para hacer oir su voz, entre las columnas de piedra que manaban de la montaña, entre las piedras testigos de un pasado florecente, envuelto entre las nieblas de la montaña, intenté ver brotar la voz del dios entre el silencio.
La humedad se fundía con mi piel, y el aire puro regeneraba mi ser ....
Pensé como siglos atrás, la gente llegaba a este mágico lugar para oir el destino que predecía la sibila. Sentí como caminaron las almas buscando la respuesta divina ....
Y ayer, de nuevo surgió ese misticismo que sólo el aislamiento de la naturaleza produce. Y permanecí pensativo bajo aquella noche cubierta por un manto celeste donde el hombre ha bordado en hilo de plata los recuerdos de historias que no deben de ser olvidadas: Casiopea, Andrómeda, Géminis, el Cisne, Berenice ...
Recordé que por estos valles vagaron brujas consumidas en la agonía humana, a las cuales fueron a pedir ayuda doncellas y caballeros medievales, que mas tarde volverían para darles muerte. Y ellas deambularon bajo la protección de las ramas de los árboles, y guiadas por la luz de la luna llena.
Mientras, al otro lado del Mediterráneo, en la lejana Delfos, la llama del oráculo quizás aun brillaba en ardientes ascuas rojas.

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