sábado, julio 22, 2006

Lanzarote

Cuenta la leyenda que Lanzelot, caballero de la tabla redonda del rey Arturo, se refugió de sus amores fustrados con la reina Ginebra en la isla de Lanzarote, dándole su nombre. La realidad, sin embargo, es menos poética, y el nombre se debe al marino genovés que la descubrió, Lanzelotto Malocello. Llegué volando, y en el aeropuerto de Arrecife me encontré con Isabel, despues de casi 4 años sin vernos. La última vez que nos vimos fue en la estación de RENFE de Badajoz, donde yo debía coger un tren que me llevaba a Madrid, y de allí a Valencia, y ahora nuevamente, volvímos a encontrarnos.
Su clima suave es acogedor. El azul intenso de su mar interminable es relajante. Sus playas, de arena blanca, o negra, relajan la mente. Sus montañas volcánicas divisadas en la lejanía, aíslan el cuerpo en el infinito, entre el azul del mar, y el marrón de la tierra.
Descubrí Arrecife y sus excasos balcones canarios en casas de estilo colonial. Disfruté de esas terrazas con vistas al mar. Me perdí por Teguise, y sus casas de un blanco tan puro que ofende a sus ojos, y caminé por Haria, envuelta entre montañas. Y todavía sigo disfrutando de esta isla frente a las costas de África.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por tu amistad, sensibilidad y presencia. Espero que vuelvas a Lanzarote y espero recibirte completa y feliz. Un beso y un abrazo fuerte. Isabel.