jueves, agosto 28, 2008

Entre Castilla y Aragón

Dejamos la ciudad amurallada de Daroca, con sus torres imponentes sobre la piedra blanca y el ladrillo rojizo mudéjar. Llegamos a Calatayud, vigilada por su castillo, recuerdo de su época musulmana, que dió nombre a la ciudad.

Nos adentramos en tierras castellanas, con una parada en el monasterio de Santa María de Huerta, de la orden del císter. Allí, todavía un grupo de monjes guardan los secretos de esta orden seguidora de la regla de San Benito de Nursia, y de las enseñanzas de Roberto de Molesmes y Bernanrdo de Claraval.

Posteriormente Medinaceli, conquistada por el rey aragonés Alfonso el Batallador, pero que poco despues se incorporaría a la corona castellana. En sus calles todavía se respira el pasado, bajo el ardiente sol castellano que hace brotar el marrón en sus monumentos. En la plaza mayor, el silencio se oculta entre sus soportales. Fuera, los restos de la muralla, protegen la villa del sol que quema el cereal amarillo.

La siguiente parada fue Sigüenza, con su castillo protegiendo la villa, y su catedral orgullosa entre antiguos tejados. El pasado juega por esas callejuelas empedradas que suben hacia el castillo, mostrando ocultos, iglesias románicas y góticas, palacetes y plazas porticadas. En el interior del majestuoso templo, el Doncel de Sigüenza brilla en blanco mármol tras la cruz escarlata de Santiago, bajo las elevadas cúpulas góticas.

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