martes, marzo 21, 2006

Arde Valencia

De nuevo volvi a Valencia en Fallas. Pero esta vez no iba en un tren de cercanías, sino que por primera vez en mi vida, me adentraba directamente en la semana fallera descendiendo de un tren de largo recorrido. Y así, desde el andén número 2, me adentré ese flujo de ir y venir de gente, simple preludio de la masa humana que fluía por las calles valencianas.

Valencia en fallas tiene un sabor exquisito. La vista se deleita con sus monumentos de carton piedra, mientras la música de pasodoble, con el transfondo de los petardos, inyecta savia nueva en las venas. Cierro los ojos, y recuerdo el aroma concentrado de las flores que emana del manto de la virgen, flotando entre la angosta callejuela que separa la catedral del Micalet.
La primera vez que fui con mis amigos a Valencia, con apenas 14 años, fue como realizar un viaje a Nueva York: Ruido interminable, caras desconocidas que copaban las calles, fiesta interminable en la noche valenciana. Recuerdo los conciertos en la Alameda. Creo que eran la perla de las fiestas que fue arrancada a la corona fallera, porque simplemente, molestaba a quien no quería ser molestado.
El alcohol de los cubalitros subía rápidamente en la sangre de un quinceañero, que había comenzado el ritual en la plaza de Cánovas, para, pasada la Nit del Foc, continuar bebiendo y bailando en los conciertos de la Alameda, con el reflejo del Palau de la Música al fondo.
Ahora ya no me pierdo en Valencia. Al contrario, camino entre sus calles repletas de gentío como si fuera por el pequeño pueblo que me vió crecer. No volví a Cánovas ni a Xúquer, no me quedé enclavado entre la gente sobre el puente de Aragón, no acabé la noche bailando en Woody .... Al contrario preferí pasear entre las estrechas callejuelas del Carmen, y dejarme sorprender por el paso interminable de falleras rumbo a la ofrenda, o procedentes de ella.
Cambié la vista perfecta del castillo desde el Palau por la visión nublada por los árboles bajo las torres de Serranos. Los conciertos de la Alameda, que luego fueron sustituídos por la verbena de la Mezquita, ahora se convirtieron en una verbena próxima al Mercado Central. Y los bares de la calle Caballeros, pusieron fin a la noche.
El tiempo hace cambiar las costumbres, aunque algunas no varían. Y en la Noche de San José, ya de vuelta a mi casa, pero todavía conservando la resaca del dia anterior, contemplé por la televisión el espectaculo de ver arder la falla del Ayuntamiento.
Dicen que el fuego purifica, y borra todo aquello que deseamos olvidar. Amén.

No hay comentarios: