sábado, septiembre 09, 2006

Milano, Firenze, Roma

Tras coger el autobús en el aeropuerto de Malpensa, mii primera visión milanesa fue la Stazione Centrale. Un edificio imponente de medidas titánicas, dotado de un clasicismo regioy unas puertas altísimas que vigilaban la plaza del Duque de Aosta, con una fauna curiosa que no permitía el despiste.
Me adentré por Porta Venezia, para llegar finalmente a la Plaza del Duomo envuelto en la oscuridad. La fachada de la catedral, ocultada tras los andamios, daba paso a una extensa plaza donde brillaban las Galerias de Victor Manuel. Al fondo, a la izquierda, una calle llevaba hacia Navigli, donde confluyen los dos rios milaneses rodeados de bares y terrazas.
Al dia siguiente recorrí de nuevo el centro: La Scala, il Duomo, il Castello Sforzesco ... , para volver a la Stazione Centrale y recoger ese tren que me llevaría a Firenze.



Impacta ver atardecer sobre la orilla opuesta del Arno, observando los puentes florentinos, y al fondo la silueta de su catedral y la Signoria, escoltada por los campanarios de las otras iglesias.
Sus calles poseen un sabor vetusto que te remite unos siglos atrás. El blanco del mármol que cubre su catedral y sus iglesias reluce entre el marron vetusto de sus casas. Sólo hay un pequeño problema. La ciudad está tan poblada de turistas, que parece que te encuentras en un parque de atracciones.






Y de Firenze-S.M.N. a Roma Termini. Nunca olvidaré los atardeceres en Roma. La luz ténue sobre piazza Navona, el rojo del crepúsculo sobre el panteón, y el serpenteo de sus calles mientras la noche lucha por vencer a la luz. Cruzar el puente de Sant´Angelo, iluminado por el amarillo de sus farola, vigilado por el Castello. Y llegar en un silencio sepulcral a la Plaza de San Pedro prácticamente vacía.
Recuerdo sus 4 basílicas mayores: San Pietro dil Vaticano, San Giovanni Laterano, San Paolo fuori le muri y Santa Maria la Maggiore. Todas deslumbrantes, pero me quedo con San Pablo. Todavía conserva ese encanto paisajístico de estar extra-muros de la ciudad. Sus dorados bizantinos, su estética paleocristiana, sus claustros exquisistos, su amplitud, su silencio ....
Y recuerdo el atardecer desde la Trinità dei Monti, con la Piazza di Spagna a mis pies, y viendo como los violáceos, los malvas, y las nubes de damasco, se mezclaban en el cielo romano sobre una silueta urbana donde brotaban las cúpulas de San Pedro y San Carlos. Y en esta capital de la cristiandad, los obeliscos paganos ascendían eternamente hacia el sol de Ré.


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